Hacia la séptima generación de izquierda

Septiembre rojo

Los sindicatos siempre han sido el objeto de las disputas entre los socialistas y los comunistas. Hace ochenta y cinco años, cuando los primeros sindicatos estaban asentados, ya se exponían los mismos argumentos que hoy en día: que si los líderes sindicales eran unos reaccionarios, que si los sindicatos eran instituciones al servicio de los partidos para el control de los trabajadores, o que si la financiación de los sindicatos era una estafa mafiosa para que unos cuantos se lucren. Cualquier persona puede esgrimir sus argumentos y atacar estas instituciones, pero dando soluciones. El caso es que, aunque estas instituciones fueran reaccionarias, mafiosas o mecanismos de dominación de la clase obrera por parte de un partido, seguirían siendo necesarias y reutilizables por la clase obrera. Hace ochenta y cinco años, los partidos socialdemócratas (al estilo del PSOE), socialfascistas como les llamaban los comunistas, o los anarquistas, ya gritaban consignas que no entendían ni ellos para acabar con los sindicatos ‘reaccionarios’ mientras alababan a los soviets de Lenin sin contar con la importancia de los sindicatos de Lenin para el funcionamiento del Estado Soviético. Estos partidos socialdemócratas, proponían la creación de nuevas instituciones sindicales menos reaccionarias, como si desligar la experiencia histórica sindical de la actuación sindicalista o eliminar herramientas al servicio de la clase trabajadora no fuese reaccionario.

Ahora estamos pendientes de un septiembre en rojo. La fecha elegida, el 29 de septiembre, está bien escogida. Si los sindicatos hubieran convocado la huelga en mayo, hubiéramos gritado mucho pero en agosto se nos habría olvidado todo, como sucedió en las revueltas de mayo del 68, que terminaron cuando comenzaron las vacaciones escolares. Esta fecha es especial, un septiembre que debe hacer temblar los cimientos de la socialdemocracia española. El PSOE ha cambiado en seis años mucho, de la misma manera que hoy en día Miguel Sebastián se desliga de toda la historia del marxismo planteando en época de crisis la vuelta a Keynes, un idealista que poco o nada tuvo de marxista por mucho que como economista-político no tuviera suplente a nivel mundial.

Son muchas las causas que me llevan a pensar que a los jefes de partido del socialismo obrero español se les ha ido de las manos el gobierno y se han vuelto majaretas. Elena Salgado, nuestra ministra de Economía, tiene que salir del paso negando tres veces a José Blanco, ministro de Fomento, como San Pedro a Jesús, la subida de impuestos. Miguel Sebastián, ministro de Industria, ha sido un fracaso como socialista refinanciando a las élites del ladrillo para que, tras su transformación en élites de la energía, reciban la suculenta noticia de la subida de las tarifas de la luz. Leire Pajín, portavoz del PSOE, la cual defiende los derechos de las mujeres allende los mares, da vergüenza ajena en sus discursos cuando resalta los graves de su tono de voz con ese ímpetu que trata de simular en su retórica ser un hombre. Rubalcaba, nuestro ministro de Interior, cada vez es más siniestro e informa menos. Y el más importante para el caso, nuestro ministro de Trabajo e Inmigración, Celestino Corbacho, ha hecho una propuesta para facilitar el despido, para extender la edad de jubilación de 65 a 67 años, es decir, bajo mi opinión se ha convertido en un portavoz de la patronal dentro del PSOE.

Digan, en el caso de que ustedes pertenezcan a lo que sociopolíticamente se identifica como la izquierda de este país, si no son necesarios los sindicatos. ¿Quién controla a este partido, mal dicho, PSOE? Es evidente la respuesta si la democracia no puede controlarlo; es más, si nuestro sistema electoral está a su servicio como lo estuvo al de UCD, tendremos que ser los trabajadores los que hagan algo.